Hacía mucho tiempo que no había sentido las mariposas revolotear en mi estómago. Sentirlas es chévere. Puede que te aleje un poco de la realidad y te mueva hacia un mundo ideal, pero vale la pena. Esa vez quedé con la sonrisa de oreja a oreja y mis amigos me decían notar las estrellitas en mis ojos cada vez que hablaba de él.
Yo no sólo estaba contenta por el hecho de haber conocido a alguien quien, a primer encuentro, me pareció súper cool, sino también por el sólo hecho de ser capaz de volver a sentir aquella emoción. La última persona por quien había sentido las mariposas, terminó haciéndome sentir una amarga bilis. No es que de pronto me haya enamorado (hasta ahora sigo sin enamorarme), pero todo lo que traía dentro me hacía sentir como una adolescente alegre, poniendo imágenes de futuros posibles recuerdos felices corriendo en la playa, mano a mano, teniendo a «Wouldn’t it be nice?» de los Beach Boys como música de fondo…
Sin querer controlar, sin querer calcular, mantenía por tanto los pies bien fijos en tierra. No podía sentir nada más concreto porque lo conocía a penas. Me había dado un buen feeling, pero no era suficiente. Es quizás la madurez ganada gracias a buenas y malas experiencias, lo que siempre me mantuvo tranquila de cierta manera. Y sin embargo, no podía evitar sentirme ruborizar cada que se cruzaba en mi pensamiento.
Empezando con una situación en la que tuve que llamar al guardián del edificio a las 7am porque había perdido mis llaves en el club, la primera noche (o mañana, técnicamente) juntos fue larga y divertida. No fue, y nunca ha sido, medalla olímpica de oro ni de plata en la situación (if you know what I mean), pero me la pasé muy bien y recuerdo que hubieron risas y sonrisas en medio de nuestras conversaciones. Por eso me dieron ganas de verle otra vez. Pensé que quizás something good could work.
Y así nos seguimos viendo, bajo el mismo formato que la primera vez. Es decir, sin salir mucho de su habitación, con alguna peli de fondo, y alguna eventual cena previa. Hasta que en una de esas tomé coraje, y le pregunté si estaría de acuerdo de tratar de conocernos más.
La experiencia me ha enseñado a decir lo que quiero y lo que siento, a fin de evitar cualquier remordimiento posterior. No me es difícil poner las cartas sobre la mesa y decir lo que tengo por ofrecer. Algunos por orgullo, pueden estar en desacuerdo con esta actitud. Pero yo no creo que el orgullo tenga que ver, si uno sabe lo que quiere y va a buscarlo. En este caso, lo que yo quería era pasar tiempo con él.
Me dijo que sí, estaba de acuerdo él también. Y en mi cabeza sonaba «Andar conmigo» de Julieta Venegas. Pero luego de algunas semanas, luego de planes a dos cancelados y convertidos en planes de a uno, me di cuenta de que quizás su respuesta fue precipitada o simplemente fue para salir del paso. Así fue que, una vez más tomando coraje, le pregunté si fue en serio la respuesta que me dio semanas antes. A todo esto y sin más explicación, me respondió con un «no sé lo que quiero». No le pedí más, aunque tenga curiosidad no creo que me corresponda preguntar. Desde esa vez me di cuenta que no podía esperar nada de él, y que a parte de los momentos que compartimos físicamente juntos, uno al lado del otro, el «nosotros» no existe. I was back again in the market.
Si nos seguíamos viendo era porque nunca me dejó de gustar. Y porque tampoco no había nadie más. Es particular como situación. De mi lado, si fuese sólo cuestión de «do the do», hace raaato lo hubiese dejado atrás. Pero no es sólo eso. Verle me daba cierta calma, me relaja. Y pues ahora me pongo a pensar en si vale realmente la pena de seguir frecuentándose. La verdad, siento que a él le da igual. No quiero prometer nada. Me gustaría ser más fuerte como para dejarlo ir. Me gustaría ser más fuerte y obligarme a salir más seguido y conocer más gente. But I’m tired.
Quién sabe… al final que por allí el tiempo pase y él termine cantándome «No pensé que era amor» de Pedro Suárez. Por mi parte, yo sé que si no es él, será otro. Sooner or later.